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Escalar el Monte Fuji

Dónde y cómo se forjó la idea de escalar el monte Fuji no nos pudimos acordar. Sabemos que tuvo que ver con una decisión que tomamos medios forzados por el cansancio acumulado, que durante nuestras semanas pedaleando por Japón se hacía ya pesado.

Tras leer mucho sobre que ruta tomar yendo hacia Tokio, encontramos que desde la ciudad de Kyoto hasta allá el paisaje se transformaba en un lugar demasiado industrial, sin mucho camino alternativo para hacerle el quite a las autopistas y sus camiones al menos que estuviésemos dispuestos a hacer los cientos de kilómetros zigzagueando y subiendo y bajando cerros.

La única pérdida lamentable en ese tramo era Fuji-san.

Ubicado a unos 150 kilómetros al oeste del centro de Tokio, el punto más alto del país de Japón es un destino favorito por los locales para vacacionar en verano. La temporada para poder escalar el monte Fuji es corta y abarca sólo los dos meses de Julio y agosto. No es de extrañar que de una población total que ya casi se empina por los 130 millones de japoneses, haya muchos montañistas y que la capacidad tanto hotelera como logística de la zona esté a tope durante todo este período.

De Tokyo a Fuji

Nuestro plan fue llegar desde Kyoto a Tokio en bus, compartir con mi amigo Amadeo que nos recibió en su casa en la zona de Kawasaki, y luego tomar un bus a la estación cinco, el punto más alto al que se puede acceder por vehículo previo a comenzar el ascenso. Hemos mencionado ya que Japón es caro, y los pasajes de buses fueron algunos de los costos que más nos dolieron. El ida y vuelta desde la céntrica estación de Shinguju hasta la quinta estación cuesta 5.400 yenes, que al cambio actual son unos 48 dólares americanos. Si no te suena a mucho ten en cuenta que la ruta es de sólo unos 150 kilómetros. Ese fue el costo de mi regalo de cumpleaños. No un objeto, una experiencia.

El ascenso en total desde la estación donde te deja el bus son 6 kilómetros. La dificultad está en la altura que se debe sortear, que es de 1.476 metros. La cima se ubica a 3.776 metros sobre el nivel del mar. La pendiente promedio entonces es un poco menor al 25%, y no es tímida en hacerse notar. La salida te da sólo unos 400 metros tranquilos antes de tomar el camino hacia arriba.

Nuestra intención era hacer lo que nos recomendó hacer mi amigo, y que también leímos que era factible hacer en un par de blogs: comenzar a caminar en la tarde, y con toda tranquilidad llegar a descansar afuera de alguno de los hoteles cercanos a la cumbre. Luego, comenzar a subir de nuevo a eso de las 2 de la mañana para poder alcanzar sin problemas la cima y sentarse a mirar hacia el este al sol salir. Lo que sí hay que tener presente es que a esa altura vas a pasar frío. Nosotros le pedimos prestado prendas adicionales de abrigo a mi amigo y sólo gracias a eso no la pasamos mal, porque el clima nos tuvo todo el paseo de los nervios.

Resulta que nuestro plan original de viajar el 29 y recibir mi cumpleaños en la cima se vio frustrado porque el pronóstico para ese día era lluvioso y con una tormenta, que debía abrirse y dar paso al sol a eso del mediodía del 30. Salimos entonces en dirección a Fuji en la tarde y llegamos a la estación a las 1:30 PM.

La tarde

Bajón del peor.

La misma estación se encontraba dentro de una nube densa y húmeda, que amenazaba en largar lluvia en cualquier momento. Tras almorzar y comprar unas pocas provisiones extras de chocolates y agua tomamos el sendero y en eso nos llama una chica del centro de informaciones para regalarnos un mapa. Le pregunto por el clima y me dice que según el pronóstico con el que contaba ella, iba a llover tanto en la tarde como en la madrugada.

La lluvia era lo único que nos podía arruinar el paseo, porque es bien distinto pasar harto frío bajo varias capas de ropa, que sentarse a ver como se te van mojando todas hasta llegar a la más interior. Y luego morir de hipotermia.

Comenzamos a caminar confiando en un repunte del clima, pero apenas el camino comenzó a ponerse duro nos dimos cuenta que no teníamos mucho en que basar nuestras esperanzas. Estábamos dentro de una nube tan densa, que muchas veces si me adelantaba quince pasos, al mirar atrás no podía distinguir a Cami. Lo peor de eso es que en vez de estar escalando el majestuoso monte Fuji, la sensación es sólo de ir dando pasos hacia adelante, desde que llegamos no habíamos sido capaces de ver un poco más arriba de nuestra altura actual. Pasó alrededor de una hora hasta que pasamos por la estación seis, y con desazón nos dimos cuenta de que no había ningún techo o refugio al que se pudiese acceder en caso de que comenzase a llover.

moutnt fuji la vista escalando el monte fuji

Seguimos subiendo el largo tramo que separa la estación 6 de la 7, que fue además a mi juicio el más difícil técnicamente, pues había que sortear harta roca, sin llegar a ser necesario el uso de cuerdas o equipo propiamente de montaña. Cruzamos el primero de los refugios, que tenía una terraza donde mucha gente se había sentado a descansar, pero todo estaba mojado con la permanente garúa que caía. Hablé con el chico de la recepción y nos dijo que valía más de 50 dólares por persona pasar la noche ahí, y si queríamos ver el amanecer, en caso de que mejorase el clima, tendríamos que partir caminando a eso de las doce. Además, me dijo que casi seguro llovería.

El tramo siguiente hacia arriba lo hicimos discutiendo casi a gritos nuestras opciones. En la mente de la Cami no cabía la opción de quedarnos a la intemperie en caso de lluvia. En la mía, pagar más de cien dólares por tirarnos bajo un techo un rato y salir caminando de nuevo, bajo la lluvia… no. Pasamos dos o tres refugios más. 65 dólares, 70 con dos comidas (¿desayuno a las 1 am?), y así.
En un corto tramo entre dos de las paradas escuchamos de repente gritos de exaltación viniendo de uno de esos grupos de japoneses vestidos como si las marcas de montañismo les pagasen por usar sus productos. Todo de la misma marca, haciendo juego, y cubiertos hasta los ojos. Al mirar para arriba me di cuenta de que los podía ver, a pesar de que apenas escuchábamos sus voces. Me doy vuelta y veo por primera vez el valle verde, ¡estábamos en un claro! Momento de sacar la cámara y suplicar que durase suficiente para sacar una o dos fotos antes que se cubriese de nuevo.

Llegamos a la estación, la cual tenía una pequeña tienda de snacks, un baño y un refugio propio. El chico que la atendía fue súper simpático con nosotros, y nos dijo que su pronóstico del clima había cambiado a algo así como “puede llover”. Nos sentamos ahí junto a unas cien personas que venían en grupos turísticos y que pasarían la noche ahí. Era ya el atardecer y tuvimos un segundo claro que duró unos pocos minutos estando ahí. Al ponerse el sol la temperatura bajó de golpe y a pesar de que yo aún no tenía frío intenso, Cami ya tenía puesta casi todas sus capas y seguía tiritando. Decidimos seguir subiendo a pesar de que nos advirtieron de que mientras más arriba, más caro sería el refugio. Tomamos la decisión de que mientras no lloviese íbamos a ir con mi idea de pasar la noche a la intemperie, de llover nos veríamos forzados a triplicar el costo de mi regalo de cumpleaños.

Como cumpleañero por lo menos pude decidir que ese sería el orden de las alternativas.

La ruta hacia arriba seguía bien pesada y la altitud comenzó a afectar a la Cami, que cada unas decenas de metros tenía que parar a que le bajaran las pulsaciones. Los claros en las nubes se hacían más frecuentes, lo que me permitía ilusionarme con poder ejecutar el plan A. En eso nos cayó la noche. Linternas frontales calzadas alrededor del gorro de lana y la bandana, seguimos caminando cada vez más lento, y ahora sin parar en un par de refugios ni a preguntar el precio. Así llegamos hasta la estación ocho y media, la última previo a la cima.

Eran las 8:30 pm y quedaban tan sólo un par de horas de caminata
. En dicha estación se encuentra el hotel Fujisan, que no es más que otro refugio, un poco mejor equipado. Ahora, las nubes iban y venían y nos dejaban cada cierto rato ver la luna brillando detrás de la silueta de la cima. Decidimos parar ahí y comer, nuevamente salió uno de los chicos a preguntarnos si teníamos reservas y le dijimos que sólo nos sentaríamos en las bancas de la terraza. Le dijimos que somos de Chile y le brillaron los ojos. Está preparando un viaje a torres del paine a fin de año, en parte con la plata que se hace trabajando allá arriba los dos meses que dura la temporada. De Lunes a Domingo.

La noche

Nos comimos buena parte de nuestra reserva de pan con mantequilla de maní, chocolates y plátanos. Decidimos también que era un buen lugar para descansar, y que si caía la temida lluvia, por lo menos no tendríamos que salir corriendo hasta alcanzar un techo. Si íbamos a descansar ahí era hora de sacar toda la artillería. Mi amigo Amadeo nos prestó dos enteritos, que por razones que se desconocen forman parte de su equipo de viaje. Uno de panda, y otro de Stitch, de Lilo&Stitch. Además, compramos en una tienda de 100 yenes dos sábanas de emergencia, nombre opulentoso que se da a esas láminas grandes de aluminio para usar en caso de emergencia en la montaña. Con todo nuestro abrigo puesto, hicimos lo mejor que pudimos por caber los dos acostados en esas angostas bancas y bajo los focos del hotel nos echamos a dormir.

Un par de ronquidos esparcidos en el tiempo delatan que la Cami pudo dormir un rato, pero para mí fue imposible. Es más, en un momento estaba tan incomodo que no me quedo otra que sacarme la bandana que tenía cubriéndome la cara por el frío que tenía en las orejas y fue el segundo mejor momento del viaje. Al ver hacia arriba estaba lleno de estrellas. No unas pocas entre nubes, lleno. Todo el pedazo de cielo que podíamos ver, despejado.  Me bajó todo el relajo y volví a tratar de quedarme dormido, pero no hubo caso, entre el frío y el ruido de los pocos escaladores que todavía transitaban hacia los refugios de más arriba no había como dormir.

En un momento se armó una pequeña congregación de escaladores en las bancas, eran tantos que ya no tenían la necesidad de hablar despacio para no despertar al panda y su pareja. Eran las doce de la noche, aparentemente buena hora para comenzar a subir. El chico que trabajaba ahí salió y me hizo un pequeño regalito, dos plátanos y un chocolate que tenían escrito “Happy birthday”. Dadas las circunstancias, era de verdad un tremendo regalo. Si le agregaba unos cafés calientes se metía al top ten de mis mejores regalos. Entre el grupo de gente había un trío de alemanes en shorts...que gente más inmune al frío.
Había también una viejita con un par de bastones de trekking y una mochila cubierta con una bolsa plástica. Le ofrecimos un pedazo de chocolate, de conmovidos realmente, y nos dijo que tenía 77 años. Si pudiese sentarla e interrogarla sobre que hizo para llegar a esa edad pudiendo, y haciendo ese tipo de cosas, lo tomaría y escribiría directrices vida.

Partimos entonces caminando nuevamente, con menos frío, quizás porque había menos, o producto de la excitación de llegar arriba. Seguía existiendo el problema de la falta de oxígeno, que tenía a la Cami parando en intervalos más cortos, pero yo me distraía tratando de aprender a operar la cámara nueva en modo nocturno.

Cruzamos el altar que forma la estación nueve, a pesar de que no hay nada realmente ahí para descansar, y quedamos a tiro de cañón de la cima. Cuando llegamos y vimos los edificios que adornan el borde este del cráter nos abrazamos y felicitamos, pero luego caímos en cuenta de que eran las 2:20 am y tendríamos que esperar dos horas y media a la intemperie hasta sentir el primer calor del sol. Mi amigo Amadeo nos recomendó tomar unas bancas de cierto sector, que ofrece la mayor comodidad con buena vista al amanecer, y nos tomamos un espacio en “primera fila”.
Al lado nuestros estaba sentada una pareja de americanos que enseñan inglés un poco más al norte de Tokio, y que tiritaba de frío. Les ofrecimos una de nuestras frazadas interestelares y nos quedamos conversando un rato. Luego el cansancio nos mató y ahora sí pudimos dormir un ratito hasta que el ruido en la cima se hizo demasiado. Habiendo sólo un camino para hacer la última ascensión, podíamos ver una columna de luces subiendo. Creo que en total debe haber habido alrededor de mil personas haciendo el ascenso esa noche.

La noche se guardó una última escena de suspenso. Cuando ya eran las 4 de la mañana, de repente la temperatura bajó de golpe. Abrimos los ojos y vimos como una nube comenzaba a cubrirnos desde nuestra espalda. Si terminaba por cubrirnos no habría amanecer y la bajada sería nuevamente sin ver nada. Afortunadamente tras unos 5 minutos de pánico vimos la cola de la nueva moverse hacia el este y desaparecer. Es lindo ver esas nubes bajas que se mueven tan rápido que hacen parecer a las demás como si estuvieran estáticas. Más lindo es tenerlas alrededor tuyo  y verlas parecer un ser vivo.

La mañana

4:45 y finalmente comienza el amanecer. Ya con luz vimos como el valle estaba cubierto por nubes bajas, que con el calor del sol se comenzaban a disipar, pero le daban a lo que veíamos una apariencia de estar cubierto por un manto blanco espectacular. El ambiente era emocionante. Para muchos la subida es un ejercicio regular, pero la mayoría deben ser turistas japoneses que tienen el ascenso como un peregrinaje que requiere un viaje considerable desde sus provincias. Me acordé de la pareja de adultos mayores que nos encontramos en el mirador del parque donde dormimos en Hiroshima, ellos estaban subiendo esa mañana de Domingo, esperando ir a Fuji quizás este mismo año.

Mucha de la gente que se tiró a subir muy tarde no alcanzó a llegar a la cima y vieron el amanecer desde el camino, con sus ropas de marca de colores vivos le daban otro toque lindo al paisaje, alrededor de nosotros lamentablemente la gente se agolpaba para sacar fotos, aunque siempre de manera respetuosa. Hubo un poco de italianismo cuando el sol terminó de salir y la gente se puso a aplaudir, un gran final para ese lindo momento de expectación, y el llamado a comenzar a moverse, porque apenas ese sol comenzase a calentar, las 4 o 5 capas de ropa iban a pasar la cuenta.

El alba al escalar el monte fuji

El punto más alto del monte Fuji está de hecho en el costado oeste de cráter. Por eso lo que se acostumbra hacer es ver el amanecer en el este y comenzar a caminar rodeando el cráter para alcanzar la cima y volver a bajar. Entre los pocos edificios que hay en este camino hay una oficina de correos, que te permite mandar postales desde ese punto a tus seres queridos. Si van a visitar Fujisan, van a tener que contar en su presupuesto una glosa para baños. Como no hay árboles ni nada que te cubra, las mujeres tienen que ir a los baños que pueden costar 200 o 300 yenes (1.8 o 2.7 USD).

Terminamos la vuelta tras sacar muchas fotos de las ciudades en el llano, de la sombra proyectada por la montaña hacia el este y de la gente subiendo al montículo de la cumbre. La vuelta esa dura al menos una hora a 3.770 metros de altura, así que cansa más de lo que uno se imagina. Llegamos al punto donde comienza la bajada, pero la noche casi entera en vela pasó la cuenta y decidimos aprovechar el calor del sol para tirarnos y hacer una siesta ahí mismo, en el suelo rocoso al lado del camino. Fueron tan solo unos 25 minutos pero sin ellos la bajada hubiese sido aún más dura.

Panorámica del cráter

Uno siempre comete el error de subestimar la bajada. En Fuji la bajada es por otro camino al de subida. Es un camino más amplio y más largo, porque el zigzag es de tramo más largo. Por este camino suben unos tanquecitos petroleros con una pala hacia los edificios de más arriba, única forma de subir suministros, por lo que necesariamente es más plano. Sin embargo, la pendiente fuerte en roca volcánica suelta hace que con cada paso que das tengas que soportar el peso en las rodillas y los dedos de los pies para no salir impulsado hacia adelante. El primer kilómetro o por ahí anda bien, luego te comienzan a doler las piernas. Todo el mundo reacciona diferente la verdad, había gente que nos pasaba corriendo, otros que se iban caminando en zigzag para disminuir el efecto de la pendiente, y otros que simplemente deciden caminar marcha atrás para liberar a las rodillas del esfuerzo. Yo probé las tres.

Comenzamos el descenso a las 7:40 y cubrimos los 6 kilómetros del camino zigzagueante a las 11:00. El kilómetro y medio restante, que tiene una pendiente menor pero no por eso es menos esfuerzo, lo hicimos con las pocas reservas de energía que nos quedaba. Llegamos de vuelta a la estación 5 y fuimos directo a comer algo. Tras eso,  nos lavamos un poco en el baño del restaurant junto con un cambio de ropa, y hasta ahí nomás llegamos.

Nos quedamos dormidos mientras esperábamos nuestro bus de vuelta a la estación de Shinguju, las más de dos horas de bus, y luego reptamos de vuelta a la casa de mi amigo para por fin descansar y cerrar esta tremenda experiencia , que fue mi regalo y una gran forma de entrar a los 31 años.

Si quieres escalar el Monte Fuji puedes contactarnos para más información buscando Rumbosimple en redes sociales. Como podrás ver se requiere de algo de presupuesto y preparación, pero es una experiencia que recordaremos una vida. ¡No dudes en contactarnos!


 

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