Japón: Shimanami Kaido
Uno de los puntos altos de un viaje en bicicleta en Japón: el cruce de la isla principal a la isla de Shikoku por el conjunto de puentes que une 6 islas entre las ciudades de Onomichi e Imabari, conocido como Shimanami Kaido....
Como era de esperarse al poco andar a la Cami le empezó a doler el culito por su sillín nuevo, justo en un día en que pretendíamos cubrir una distancia bien larga para llegar a la entrada del primer puente antes que se hiciera de noche. Ella le metió como campeona a pesar del dolor, pero lo que finalmente vino a detener nuestro avance fue nuestra vieja enemiga, la lluvia. Fue una de esas ocasiones en que se ve el sol, hay unas pocas nubes, pero esas nubes parecieran ser un regador porque llegaba a doler el agua contra la piel en la bici. Nos refugiamos bajo el techo de un estacionamiento y volvimos a salir cuando pensamos que ya todo había pasado. Pero no.
Seguimos empapándonos por un buen rato más sin refugio posible, justo en frente de un astillero gigante, que tenía 3 buques transatlánticos a medio construir. En esta zona de Japón el mar es tranquilo, lo que favorece la instalación de astilleros, vimos al menos unos 5 en el cruce hasta Shikoku donde se construían barcos con banderas tan diversas como Rusia y Panamá.
Cuando ya atardecía llegamos a una pequeña ciudad llamada Mihara, todavía a 20 kilómetros del comienzo del primer puente. Revisamos si había algún lugar para dormir por ahí pero el más cercano de los gratuitos era recién en la segunda isla. Y justo por una milagrosa coincidencia existe un ferry de Mihara a la segunda isla llamada Immoshima. Decidimos tomar el ferry para domir en el caamping sin que nadie nos moleste. Nos separamos 5 minutos para yo ir a comprar comida y cuando vuelvo encuentro a Cami de lo más bien conversando en español con una chica claramente japonesa.
Se trataba de Haruka, que venía volviendo de pasar 2 años en Chile como voluntaria en un CESFAM de la sexta región, cerca de Las Cabras. En Chile como que no les salía su nombre así que le decían Jarito, como pa-jarito. Nos fuimos conversando todo el camino, y nos ofreció invitarnos a su casa si su mamá estaba de acuerdo, la pobre mamá andaba corriendo porque tenían una fiesta de bienvenida a una familia neozelandesa en la casa de los abuelos.
Afortunadísimamente para nosotros la mamá nos recibió en medio de la fiesta, donde estaba toda la comunidad de habla inglesa de esa parte de la isla. Resulta que la familia colabora con un profesor de inglés de la zona que tiene un sistema de intercambio con gente de Palmerston north, una ciudad de la isla norte de Nueva Zelanda en la cual pasamos una noche en el 2015. Lo único desafortunado fue llegar a tan magno evento enteros transpirados con la ropa de bicicleta. Lo bueno es que nos hicieron presentarnos, contar un poco de nuestro viaje, y hasta sacamos aplausos. Después nos sentaron y nos dieron de la comida que tenían para la fiesta y fui por un momento el hombre más feliz de todo Japón. La comida japonesa de restaurant o convinience store puede que ande bien, pero la casera es totalmente de otro nivel.
Tras la fiesta, en la que compartimos con una familiar que había ido a la misma universidad que yo en California, nos fuimos a la casa de Harito, una de las casas más lindas que he visto. Es del estilo tradicional japonés, con sus paredes de papel de arroz y tatamis en el piso, pero tiene unos cuantos insertos tecnológicos como el baño con onsen. El jardín lo tenían súper lindo y tenían una estatua de un animal que se repite por todo Japón, que es un tejón sonriente súper extremadamente raro, pero se supone que trae buena suerte al hogar o algo así. Lo vimos tanto en casas rurales como en tiendas en el medio de Tokio.
A la mañana siguiente nos despedimos de Harito, porque se había comprometido a llevar a los kiwis a una visita por Hiroshima, pero nos quedamos con su mamá y su mejor amiga. La mamá se obsesionó con darnos comida de lo que sobró de la fiesta, y yo lloraba de felicidad. El irnos de ahí fue realmente difícil, no solo por las ganas de quedarnos un par de noches a compartir más con tan linda familia, sino también porque salimos redondos de comida y justo a mediodía. La hora de más calor.
Ese camino es hermoso, ya lo dije, pero tiene el problema de que los puentes colgantes son tremendamente altos, porque por abajo tienen que pasar estos tremendos buques que construyen ahí mismo, por ende para cruzarlos hay que subir mucho. Con todo el calor cruzamos el primero y decidimos parar en la primera playa que encontramos, y nos quedamos ahí un par de horas bañándonos y descansando hasta que se pudiese andar de nuevo. Teníamos pensado llegar a un pequeño camping en la isla de Michika, que es tan pequeña que lo único que tenía era uno de los pilares del puente que une dos islas más grandes, y un camping con playa.
Llegamos al filo del atardecer. Había sólo un viejo más que al parecer estaba viajando en moto. Tuvimos la playa para nosotros solos por una hora y luego nos fuimos a armar campamento.
Hay dias en que el pedaleo por sí solo no vale la pena. Cuando llueve, cuando hay mucho viento en contra (todavía espero saber que se siente el viento de cola), o cuando hace mucho calor, pero mientras se pueda disfrutar de una tarde como esa todo vale la pena. Nos metimos al agua, después nos duchamos con una manguera que había en el camping. Nos cocinamos un curry de berenjenas, leímos un rato sobre las islas, nos quedamos viendo las estrellas un rato y nos fuimos a acostar.
Como era de esperarse a la mañana siguiente nos costó dejar ese pequeño paraíso. La excusa que encontramos fue que teníamos que lavar las colchonetas que estaban hediondas a humedad. Nos bañamos en el mar toda la mañana , la Cami se quedó en el agua dejando que los pececitos acicaladores le hicieran una ictioterapia gratis. Por lo que vale, recién salimos a las 3 pm después de haber almorzado a cruzar las última isla de Oshima a pleno sol, de lo cual no tengo ningún recuerdo muy grato. Llegamos al comienzo del atardecer a cruzar el último puente, el puente colgante más grande del mundo, que nos dejaría en Shikoku. Lo más lindo de este estrecho es que con la subida y bajada de las mareas se arman unas corrientes que rodean las islas tremendas. Al volver al brazo principal los choques de corrientes arman remolinos gigantes, y todo eso se puede ver desde el puente. Llega a dar miedo la fuerza con que la corriente se lleva troncos, cartones y otras basuras que caen al mar.
El puente en sí mismo es una maravilla, pero ninguno de nosotros dos tiene una apreciación muy desarrollada por las grandes estructuras, solo cumplimos con sacarnos las fotos de rigor y bajar el moño para pedalear en subida y contra el viento a 80 metros sobre el mar. Al otro lado una vez en tierra firme lo primero que se encuentra es un centro turístico para ciclistas con una postal impresionante del puente. Descansamos ahí un rato y nos dedicamos a estudiar el mapa y esbozar lo que sería nuestro recorrido por la isla de Shikoku.