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Corea del Sur: De Suanbo a Busan.

en la cima En la cima

Menos mal que en Corea nuestras piernas aún no pierden el training de las montañas deTaiwán. Donde los dejamos nos enfrentábamos a las montañas más altas de la ciclovía en Corea, y no nos costó mucho sacarla. Además, como atravesaba un bosque gran parte del camino lo hicimos por la sombra. Al otro lado había un pueblo con una cascada al medio. Llegamos al atardecer y pasamos al supermercado para buscar cena y desayuno. No queríamos llegar muy lejos, pero esta vez nos excedimos. Resulta que al lado del súper había un cerrito con un parquecito. Claramente habitado, tenía una esquina donde no se veía nadie y decidimos cara de nalga tirar la carpa ahí, a unos pocos metros de la avenida principal de la ciudad y con vista a todo el lugar.

Al final fue una noche pacífica, no de esas cuando tiramos carpa y escuchamos ruidos después ya sea de animales o de personas. Fue lo necesario para al día siguiente salir retomando al camino bajo un calor sofocante. Nuevamente nos tocó ir por el medio de plantaciones, principalmente de cebollas, choclos y ajos. La Cami en algún momento fue picada por una abeja, que después de enterrarle la lanceta salió vivita y volando. Vamos a tener que revisar nuestros conocimientos biológicos.

Tras pasar por una pequeña ciudad y hacer ejercicios en el gimnasio público, llegamos al siguiente certification center, donde teníamos que tomar una decisión. Para completar la ciclovía más larga del país, que va desde el lugar donde nos encontrábamos a Busan, necesitamos tomar un desvío hacia el este hasta la ciudad de Andong. Ahí se encuentra una represa con el primer timbre de toda la ciclovía. Tras tirar una siesta ahí mismo donde nos pilló el calor de mediodía decidimos ir a Andong. Estábamos con tiempo y las montañas siempre ofrecen algo especial.

Como un horrible viento en contra.

El problema de ese tramo es que como de verdad no mucha gente lo visita, pareciera que lo hicieron con menos cariño. Primero nos perdimos entra tanta vuelta que nos mandó a dar por unas pequeñas granjas, hasta salir a un puente. Luego del puente la ruta sigue pegada al río Bukhan, pero el valle de éste es un túnel de viento en el sentido opuesto a nuestra marcha. Bajamos hasta 8 km-hr dando todo nuestro esfuerzo. La promesa de llegar a la ciudad de Pungyangmyeon y encontrar un lugar donde dormir nos mantuvo sobre la bici. En un momento nos detuvo un señor que llevaba a sus hijos a la ciclovía y nos metió conversa en inglés. Si bien los dos abrigamos la esperanza de que nos invitara a la casa, al final los plátanos que nos regaló se agradecieron muchísimo. ¿Les conté de lo caro que es la fruta acá? 4 plátanos pueden valer 3 dólares.

Como no encontramos donde dormir terminamos en la carpa en un parquecito al borde del río que se veía lindo y protegido del viento. No tenía pinta de ser la verdadera madriguera de hormigas mutantes super desarrolladas que se transformó después de que ya teníamos la carpa instalada.  Mientras cocinábamos y comíamos recreábamos la escena de Kill Bill en Japón, matando 88 hormigas mientras nos preocupábamos además de otra cosa.

En Corea la comida es cara. Casi la totalidad de nuestras comidas por la misma razón fueron compradas en convenience stores, tipo 7-eleven. La más popular en el país se llama C U (léase como “see you”), y hay otra que se encuentra en todos lados llamada GS 25. Si te gustan los Ramen, o fideos instantáneos este es tu lugar en el mundo. La oferta en cada tienda es de al menos 35 tipos diferentes, de los cuales quizás 28 sean más picantes que el límite soportable para un paladar criado en hogar tradicional chileno.

Encontramos un sabor a base de una pasta de porotos negros que nos gustó y nos casamos con ese por toda la estadía en Corea. De hecho, hace unos pocos días ya en Japón, nos comimos el último paquete que nos trajimos y me dio una nostalgia de esas que vienen con nudo en la garganta y toda la vaina. Vamos a ver si las importamos a donde vivamos en el futuro.

Camino a Andong la mañana siguiente pasamos por unas nubes de mosquitos tremendas, el cosechar ajos no viene gratis tampoco. Había kilómetros a la redonda de fuerte olor, menos mal que a mí me encanta el ajo.  El final del camino se guardó dos cerros súper empinados para entrar al valle de Andong, y a esa hora ya soplaba el viento así que entramos a la ciudad en bajada con viento a favor. Subimos a la represa que tenía uno de esos centros turísticos con restaurants de parrillada y museos con entradas caras. Para nosotros la visita fue el timbre, una caminata, unos dulces comprados a una señora en la calle y vuelta a la ciudad.

Cerca del centro hay una aldea tradicional coreana, que tiene una muy linda historia y donde producen una versión de Soju, el licor de arroz que es famosa en todo el país. Lamentablemente de todo eso no nos enteramos hasta unos días más adelante así que nuestra pasada por Andong fue súper mediocre. Lo único bueno fue encontrarnos con un restaurant recién abierto donde el dueño hablaba inglés, y lo pudimos ayudar a crear su negocio en Google maps y open maps. Suena como poco, pero es una forma de dejar nuestra huella por dónde andamos y puedo después ir viendo si de verdad ayudamos a llevar flujo a estas personas que tan bien nos tratan.

Sesenta y cinco kilómetros eran los que teníamos que hacer devolviéndonos sobre nuestros pasos, hasta retomar la ciclovía principal. Igual yo iba feliz porque ahora con el mismo viento del día anterior, pero a favor, íbamos a unos 25 km-hr promedio. Lamentablemente para mí, pasamos por un lugar para acampar con baño y techos que se veía espectacular, y Cami me convenció de que nos quedáramos ahí por la noche para poder lavarnos bien y cocinar tranquilos, a pesar de que aún quedaban dos horas de luz y viento. Me costó hacerme la idea, pero no estuvo tan mal pasar por agua, y nos encontramos un nido de golondrinas en la entrada al baño y pasamos alrededor de una hora viendo el show de los papás trayendo comida y el coro de lamentos de los polluelos cuando ellos aparecían.

La bajada al día siguiente fue sin viento, pero no por eso menos placentera. Una vez en el camino principal el clima amenazaba con lluvia justo cuando a lo lejos vimos un puente lleno de esculturas de bicicletas. Era el museo de la bicicleta, cerca del pueblo de Samdeong.

Un edificio espectacular de tres pisos, bastante alejado de los caminos principales, sirve durante el año para visitas escolares, y para aprovechar el flujo de ciclistas durante el verano. Para nosotros no fue sólo entretenida visita por las bicis antiguas y la película 4K que vimos, también tenían baños de lujo y WiFi.

Cuando íbamos saliendo nos llamó la atención una pareja con pinta europea sentada en la cafetería. Luego vimos un monstruo de bicicleta tándem estacionada junto a las nuestras y dedujimos de inmediato que se trata de la de ellos. Flo y Flo (Florent y Florence) son una pareja belga-francesa que al igual que nosotros dejaron sus trabajaos en Bélgica y se fueron a viajar. Llevan más de dos años fuera de casa y ya recorrieron todos los continentes menos América del norte, De hecho, su viaje lo comenzaron yendo desde Río de Janeiro hasta Santiago, donde me comentaron que tuvieron el peor pasar por el lío de autopistas en que se transforma el país una vez cruzas la cordillera y bajas a Los Andes.

La bici que se compraron para el viaje es una tándem-recumbent como nada ni parecido a lo que había visto antes. Un monstruo en tamaño, el diseño es tan ingenioso que la hace muy estable y les permite separarla en dos para que no sea tan difícil subirla a un avión o barco. Para pedalear no es muy eficiente, pero los asientos son tan cómodos que ella se puede ir en el de atrás leyendo, o viendo opciones de alojamiento en internet mientras él hace todo el pedaleo y dirección.

Flo y Flo en su recumbent tandem

Tras conversar con ellos decidimos pasar la noche juntos por ahí. Fuimos a un camping que nos cobraba 25 dólares a cada pareja por acampar, así que decidimos ir a tirarnos a una especie de parque cerca del río que se veía deshabitado. En eso se nos puso a llover así que armamos todo lo más rápido que pudimos, y en eso estábamos cuando apareció un coreano con pinta de dueño del lugar. Para mis adentros maldecía porque pensé que era para echarnos justo ahora que teníamos todo instalado. En vez de eso el tipo se acercó para ofrecernos pasar la noche en su escuela de deportes acuáticos, en una pequeña sala de clases, con duchas calientes y aire acondicionado.

No podía aparecerse 15 minutos antes, antes de que sacáramos todo……

En fin, pasamos una noche espectacular los cinco, nuestro nuevo amigo cuyo nombre jamás podré pronunciar nos invitó a algo de comida (ramen), y tomamos unas cervezas y Soju para dormir mejor.
A la mañana siguiente nos invitaron a los cuatro a dar un paseo en lancha por el río y luego nos dejaron salir a andar en Kayak. Nos fuimos a la ribera de al frente a visitar un hotel con edificios hechos como casas tradicionales coreanas, para sacarnos el gusto a poco que nos dejó Andong. Florent es un compadre de 1.90 metros y medio gordito, pero que tenía LA MISMA voz que el huaso, un amigo de la U. Es impresionante como una risa, una expresión, o una acentuación puede hacer que dos personas que físicamente no tienen mucho en común terminen en tu memoria siendo igualitos.

A eso de la hora de almuerzo nos despedimos de nuestros amigos por el día que siguieron al norte y nosotros al sur, y de nuestro estimadísimo anfitrión. Teníamos que recorrer unos 35 kilómetros hasta la ciudad de Gumi donde incluso pensamos arrendar un lugar para pasar la noche.

Gumi, ¡Qué pedazo de mierda de ciudad! En Gumi están las plantas de ensamblado de un montón de las compañías coreanas más grandes. Nosotros pasamos por afuera del complejo LG, que no sé con exactitud, pero parecía tener al menos un par de trillones de metros cuadrados de bloques de cemento gris, chimeneas y un millardo y medio de camiones entrando y saliendo. Eran por lo menos 17.800. En cada semáforo. Por lo bajo.

En Gumi deben tener lindos atardeceres porque la contaminación atmosférica era tan fuerte que me recordó a Santiago y sus atardeceres rojos. Al final ni paramos en la ciudad porque no pudimos encontrar donde era que la gente vive, alrededor era todo, pero todo fábrica. Cuando nos cambian los planes al atardecer pasan dos cosas. La primera es que nos tenemos que dedicar a buscar un nuevo lugar para dormir, y la segunda es que la Cami se angustia. Entonces a toda sugerencia de lugar para pasar la noche me responde con un “no sé”, y si digo entonces no: “no sé”. Al final inevitablemente en esas ocasiones peleamos un rato y, o dormimos incómodos porque alguien está asustada, o el poderoso caballero don dinero nos saca de ahí y yo termino deprimido por “lo innecesario del gasto”. En Gumi ese gallito lo gané yo y terminamos tirando la carpa en un pastito al lado de la ciclovía donde de verdad dormimos bien, pero nos tenemos que despertar tempranito para que nadie nos acuse de nada.

Salimos rumbo a la ciudad de Daegu, que no quedaba tan lejos. La entrada prometía un montón porque llegamos por uno de esos puentes sobre el río y lo primero que se ve es un teatro espectacular. Decidimos ir a almorzar a un restaurant y comimos un Bibimbap, que son unos platos de arroz y hartos vegetales y salsas encima. Lamentablemente se nos olvidó chequear que no estuviese tan picante así que botamos a la basura una de las pocas salidas a comer del paso por Corea. Lo que vino después lo podríamos llamar la influencia Gumi-esca en la ciudad de Daegu. La ciudad tiene una circunvalación, dentro de la cual no puede haber industrias al igual que lo que pasa con Santiago y Américo Vespucio. El problema es que el anillo de fábricas y camiones se extiendo por casi siempre. Pasamos un par de horas sufriendo entre camiones y veredas cortadas hasta poder llegar a un súper y comernos un helado. Entremedio de eso revisamos nuestras invitaciones a que alguien nos alojase, incluyendo Airbnb y todos dijeron que no. Aparte de eso, la ciudad era más fea que pegarle a tu vieja. Está llena de esos complejos que parecen ghettos de edificios de una compañía, separados por sólo unos pocos metros unas moles de 40 pisos. Ni un poco de pintura, ningún balcón, ni nada. Para hacerlo peor, estas aberraciones son comunidades cerradas con portones y guardias, y toda un área comercial con supermercados y escuelas, me imagino para no tener que salir a juntarse con la chusma.

Teatro en Daegu

Me llevé una opinión muy positiva de Corea, pero a diferencia de por ejemplo Taiwán, no creo que podría vivir ahí tras ver cómo vive la gente en las zonas urbanas.

Tras eso decidimos simplemente salir apurados una vez más de la ciudad y volver a dormir en nuestra querida carpita cerca de la querida ciclovía. El problema es que en el apuro por irnos y llegar con luz a algún lugar se nos olvidó cargar agua para cocinar, por ende estuvimos obligados a llegar al próximo lugar habitado a pasar la noche. Al final no resultó tan malo porque llegamos al próximo certification center que se encontraba en una represa. El nochero nos vio con cara de querer acampar y él mismo nos ofreció el pasto de un parque de anillos que en el centro tenía una escultura monumental con juegos de luces. Dormimos literalmente en el centro de una plaza.

El día siguiente, 16 de junio, traía un sabor especial porque por primera vez en Corea íbamos a ser recibidos por alguien de Warmshowers. La casa era en una aldea pequeña, y nos había sido recomendada por los Flo que se quedaron ahí con la pareja anfitriona compuesta por Mook y Agi. La recompensa era llegar hasta la casa y darnos una ducha, pero el camino no nos la hizo nada fácil. Primero nos metimos mal en un segmento del camino que estaba claramente señalado en coreano. Tomamos sin saberlo en dirección a un templo budista literalmente en la punta de un cerro. Sabíamos que no era la opción seguir por ese camino, que en la cima se había hecho de tierra, por lo que nos devolvimos después de dormir una siesta en el bosque de la cima.

La aldea de estos chicos se encuentra cerca de una atracción turística llamada Upo wetlands, o humedal de Upo. El problema es que dicho humedal es básicamente la cuenca de un lago seca durante la temporada que no llueve. Como buen lago, hay un camino que le da la vuelta y nosotros por ignorancia nos dimos la vuelta larga, a través de cerros y más cerros en el día más caluroso hasta ese momento en Corea.

Llegamos hechos un caldo de sudor a tal punto que Mook se rio al saludarnos y nos ofreció una bebida con hielo. La historia de este personaje es fascinante. De trabajar en Busan una cantidad de horas locas en una oficina como la mayoría de los coreanos, decidió dejarlo todo y pasó más de un año viajando en bici por Europa, con algunos intervalos en que trabajó en granjas de Escocia. Al volver a Corea estaba tan decidido a no volver al ritmo de vida que llevaba que se consiguió una casa tradicional coreana abandonada en esa pequeña aldea, a cambio sólo de que él le habilitase las instalaciones de agua, luz y alcantarillado. La casa no tiene baño, para mear o ducharte hay que ir o donde el vecino que es su amigo o al centro comunitario que tiene duchas públicas al final de la cuadra.

En la aldea hay un pequeño centro turístico y un par de iniciativas de conservación del humedal donde trabajan, pero mi impresión es que eso les da para lo justo y necesario para vivir. Lo más divertido es que la casa sigue inhabitable y nosotros tuvimos que acampar dentro de un salón, pues no hay ni suelo. A pesar de todo eso, cuenta Mook que de los 3 meses que lleva viviendo ahí, no han pasado muchos fines de semana solos, pues sus amigos de Busan y Seúl les van a visitar muy a menudo con tal de poder salir de las ciudades. En las acciones más que en las palabras pareciese que todos los coreanos buscan un giro hacia la simplicidad.

Al día siguiente por la tarde Mook nos tenía una sorpresa. Con su vecino están intentando potenciar el turismo en la zona mediante videos, y nos invitaron a un restaurant-fábrica de pastas, donde grabaron un rato y luego nos quedamos almorzando junto a sus amigos que hablaban un poquito de inglés. Después para hacer hora nos invitaron a un café de la cafetería contigua, de esos que valen más de 4 dólares y nunca nos permitimos. Creo que bajo esas circunstancias todo sabe más rico. La sorpresa grande llegó después, Mook había aceptado una solicitud de estadía de una familia de China viajando por Corea. Eran cuatro miembros que hablaban perfecto inglés porque el padre había vivido por muchos años en California y en la casa entre ellos se comunicaban así. De hecho, hay una hija mayor de la familia estudiando en Canadá.

Fue una ventana de información tremenda. Él además de hablar inglés trabajaba para World visión o una de estas ONG gigantes así que me contó mucho de un tema que me intriga, que es la reacción y comportamiento de la cúpula del partido comunista chino a las consecuencias de la apertura de los mercados. De cómo en el día a día, las personas supuestamente económicamente libres, tienen que lidiar con el peso del aparato que se hace presente hasta el nivel junta de vecinos. Los hijos, prontos a terminar el colegio nos contaron además su visión de púberes sobre viajar en bici y cómo se compara con viajes tradicionales. Eso sí, el papá usó una carnada un poco injusta, todo lo que se ahorran en transporte y alojamiento lo pasa a la comida. Ambos niños coincidían que lo mejor de viajar en bici es comer algo rico y diferente todos los días. Por ese entonces nosotros llevábamos unos 10 días consecutivos en base a ramen con salsa de porotos.

Por la noche decidimos hacer una comida todos juntos, donde cada uno colaboró con un plato. Nosotros hicimos una ensalada grande con kiwi, los anfitriones hicieron una tortilla que se come mucho en la zona en base a porotos verdes, y los chinos se las mandaron con unos currys grandes, uno de ellos en base a tofu. Hacía mucho tiempo que no pasaba por el proceso de toma de decisión en que la opinión del cuerpo, parar porque no se puede comer más, se pasa por alto y se come hasta la inamovilidad. Es verdad que tu cuerpo se acostumbra rápidamente a lo que comes y después de ese día me anduve sintiendo pesado por los siguientes tres o cuatro.

Mook, Aggi y la familia china.

La mañana siguiente fue el día del padre. Los papás chinos se despertaron temprano y fueron a ver el humedal, y la hija se quedó desarmando el campamento solita como regalo al papá. Además, cuando él llegó, tenía a la hermana mayor en video llamada desde Canadá. Revisando Facebook leí un post de un amigo americano cuyo padre murió durante el año, contando lo difícil que son esas efemérides para quien todavía no cierra el luto. Cuanto más difícil es cuando la gente que no ha perdido a nadie trata de empatizar contigo y cosas por el estilo.

Para mí también fue el primer día del padre sin poder siquiera llamar a mi papá. Él se encuentra postrado en cama víctima de una enfermedad cerebral llamada demencia de cuerpos de lewy. Es una enfermedad degenerativa tipo Alzheimer, y este año mi viejo ya no es capaz de llevar una conversación, ya ni siquiera habla. No habría sacado mucho llamándolo para desearle un feliz día.

Lo azaroso del lugar para caer en cuenta de que nunca más voy a poder conversar con mi viejo no deja de ser anecdótico. Pero ese día me tocó uno de los tramos más lindos del camino para vivir la pena y la angustia de dicha realización. La bici se presta para dar rienda suelta a tus pensamientos y emociones, sobre todo cuando vas solo. Entrando a Busan se nos puso al lado otro viajero de Hong Kong, y mientras la Cami conversaba con él yo pedaleaba entre lágrimas disimuladas tras los lentes de sol.

Supongo que tenía que llegar. No se puede racionalizar para siempre una experiencia tan dolorosa, y hasta que mi papito se muera no vamos a soltar todo nuestro dolor, pero hay que hacerlo. Tratar de racionalizar el dolor nunca me ayudó. Sentir la rabia, o envidiar incluso a mis mismos papás, que perdieron a sus viejos con 60 años cumplidos tampoco ayuda. Dar gracias por todo el tiempo vivido y compartido, y poder despedirme de él como un hombre adulto que no necesita físicamente de su presencia, a diferencia de esa gran amiga que perdió al suyo a los diez años en un accidente, eso sí por lo menos reconforta.

Pero no lo hace ni un poco más fácil.

Dejar la casa de ellos al día siguiente fue difícil, tras muchos días sin pasar dos días de descanso en el mismo lugar, cuesta asumir que vas a enchufarte de nuevo a la rutina del viaje pues recién te estabas poniendo cómodos. Así que tras un muy fraterno abrazo de despedida partimos con la ilusión de encontrarnos con Benjamín, un chileno que viajaba por Corea en el otro sentido, proveniente de Japón.

Ese tramo de la ciclovía es el que se encuentra más alejado de cualquier ciudad importante, y se nota. Hubo muchos momentos en que andábamos tan solos que llegaba a dar miedo, como un país post-apocalipsis zombie. El motivo también porque no tiraron autopista por ahí es que hay un par de los cerros más grandes de todo el recorrido por Corea. Comenzamos a subir el primero y a los 5 minutos ya habíamos sudado todo el desayuno, ¡Que increíble lo que hace la humedad! Cerca de la cumbre nos tuvimos que bajar y empujar las bicis para no morir, y pasó un camioncito azul de los cientos que trabajan los campos de los alrededores, y nos llevó hasta la base del cerro al otro lado. Punto para Corea.

Decidimos quedarnos cerca de un puente a almorzar. Era un punto donde no había otra opción que cruzarnos con Benja y sus dos compañeros circunstanciales de viaje, una pareja de americanos. La idea era almorzar juntos ya que en la última comunicación que tuvimos dijo que estaba a unos 30 kilómetros, menos de una hora si los dos nos movíamos. En el puente había internet, así que le mandé un mensaje diciéndole que lo esperábamos y nos fuimos a almorzar a una pérgola al lado de la ciclovía. Además dejé la bici con una camiseta chilena para que la reconociera en caso de que pasaran rápido.

Era que no, con ese calor después de almorzar y sin saber nada de ellos nos quedamos dormidos. Habrá sido una hora de siesta sin escuchar nada. Fui al edificio a ver si me había escrito, y nada. Pensamos que de seguro se pasaron sin que nos diéramos cuenta, porque bastaban unos pocos kilómetros para encontrarnos y ya iban más de 2 horas desde su último mensaje. Partimos súper decepcionados por la oportunidad perdida y muertos de calor por unos kilómetros hasta el siguiente puente en el camino, y justo en el medio del puente, ¡Bicicletas cargadas hasta arriba!

Pero sólo dos.

Evidentemente eran los americanos, pero el Benja no estaba. Resulta que ellos pararon a almorzar y “Ben” decidió adelantarse para compartir más tiempo con nosotros, pero por la ribera opuesta había una pequeña ciclovía alternativa y decidió seguir por ahí pensando que quizás era más rápido. Como nosotros teníamos el mapa de la oficial no nos despegamos del camino ni siquiera un poco para que no pasara ….precisamente lo que pasó. Andrew y Marcie (o Elsa) resultaron en todo caso ser una pareja genial, y seguimos en contacto con ellos por Facebook a pesar de haber compartido sólo una media hora en la berma del camino. Nos han ayudado harto con detalles sobre Japón (pasaron 3 meses en las islas) y también sobre un posible destino futuro para nosotros donde ellos viajaron harto.

Con Benja ahora nos reímos de la situación, y aunque no nos conocimos, seguimos mandándonos información sobre los lugares donde andamos, y si logro hacer que vaya a pedalear a Taiwán mi objetivo como embajador cultural estará cumplida.

Al caer la noche nos detuvimos en un auto-camping. Son campings pagados para ir en auto y enchufarlo y ver tele y todo eso. A nosotros nunca nos cobraron, no sabemos si por la buena onda de los cuidadores o por la lástima inspirada, pero esa noche nos duchamos y comimos cómodamente sin pagar nuevamente. La mañana siguiente planeábamos despertarnos temprano para el asalto final a la ciudad de Busan y el fin de la ciclovía principal.

Fueron 80 kilómetros, cubiertos antes del mediodía para llegar al último certification center, y sacarnos esta foto:

Llegando a la línea de meta en Busan

Misión cumplida en corea continental, Jugar al juego del pasaporte y recorrer el país de un extremo al otro fue una experiencia increíble. Si pudiera decirle algo a Corea, aparte de dar las gracias, sería que comenzaran a comunicar mejor lo que tienen, que se empiecen a vender. Y no a vender la ciclovía para que más gente vaya a Corea. Los pasajes son caros, los cicloturistas son un nicho chico y mucha gente le tiene miedo a los shocks culturales tan grandes. Lo que tienen que vender es su cultura de poner a las personas primero. La que no permite hacer un puente para camiones sin una pasarela para los vecinos, o que tenga como regla que en cada parque aún al medio de la nada tenga que haber un baño y una estación para cambiar pañales. Eso es de verdad el rasgo más distintivo de Corea y no la cultura pop que se han dedicado a exportar, que luego de ver cómo y cuanto trabajan y como toman queda claro que no es más que una pose, un negocio.

A nosotros nos quedó solo la desagradable tarea de cruzar la ciudad de Busan, el Valparaíso coreano, en dirección al terminal de ferries. Decidimos darnos una semana en la hiper turística isla de Jeju, antes de cruzar a Japón. Con pasajes comprados, nos pegamos una ducha por partes en el baño del terminal y salimos a comer Gimbaps, el sushi roll local, y nos fuimos.

Lo que pasó en Jeju queda para más adelante….