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Camboya en Bicicleta: Kampot, Phnom Penh y Angkor Wat

Siguiendo con nuestro viaje en Camboya, nos tomamos un día libre en la ciudad de Kampot. No es una ciudad particularmente bonita pero tiene buen ambiente. Hay harto turismo extranjero occidental, y se nota porque puedes encontrar buena comida como waffles Belgas, Croissants o pizzas. Pedimos en el hotel si nos conseguían una moto y nos fuimos a recorrer el pueblo de Kep, que es como el balneario para los habitantes de Phnom Penh.  Llegamos y fuimos a un terminal y mercado pesquero que nos dejó tiritando. Vendían mantarrayas, caracoles y básicamente todo lo que se moviera en el mar. Pensando que veníamos de hace menos de tres semanas haber hecho un curso  de buceo con mantarrayas nos partió el corazón verlas muertas cuando nadando son tan bonitas. En Kep hay también un parque nacional en un cerro. Es de verdad deprimente. Partes por un camino divertido para subir en la moto, y luego bajas la ladera por el otro lado y hay casas y basura. No se entiende bien cuál será la definición que tienen de parque nacional pero claramente no es un espacio destinado exclusivamente a la conservación. Ojo que uno de los ganchos de los parques nacionales son las cascadas, que durante la temporada seca no es que disminuyan el caudal, simplemente desaparecen, la temporada seca puede ir de Noviembre a Mayo, vale la pena preguntar siempre antes de pagar por uno de estos atractivos.

Moto en Kep Moto en Kep

Kep tiene una playa grande, que sí se ve bastante bien. Comparable con algunas de las playas de Tailandia en lo calmo del mar y el color de la arena. Lamentablemente cuando llegamos allá estaba casi lloviendo así que decidimos seguir en la moto por la playa pasando por la mundialmente famosa estatua del cangrejo de Kep (?) y paramos a almorzar en un lugar donde una niñita se apoderó de nuestros cascos y nuestra cámara. Los niños acá son realmente geniales.

Después de almuerzo salimos por un camino de tierra hacia unas cuevas detrás de un templo. Fue una linda visita pero honestamente la pasé mejor manejando la moto por el camino lleno de hoyos con la Cami tratando de grabar. Las cuevas no eran tan impresionantes y tenían un fortísimo olor a guano de murciélago, no duramos adentro más de 10 minutos.

De vuelta al hotel nos tiramos a ver una película en el sistema pirata que tenían y luego salimos a la piscina a jugar con Robert y Patrick, los niños de la familia Australiana que se hospedaba en el mismo hotel y que viaja en dos biciletas tándem. Nos quedamos conversando con ellos y dejamos todo listo para al día siguiente salir rápido hacia la capital, Phnom Penh.

Hasta ahí nos duró la buena suerte..

Al despertar al día siguiente y salir a ver las bicis, que las habíamos dejado fuera de nuestro bungalow, descubrí que nos habían robado casi todas las partes sueltas de las bicis: Luces, bombín, ciclocomputador y soporte para la cámara. En total más de 100 dólares que no dolieron tanto por la plata, si no por perder la sensación de invulnerabilidad con la que habíamos viajado hasta ese momento por el Sudeste. Lo otro que duele y mucho para los adictos a los números es que al perder el ciclocomputador pierdes el registro del odómetro, o la distancia total del viaje. Nosotros en ese momento teníamos unos 1.300 kilómetros desde que dejamos Hobart, Tasmania, ahora quien sabe.

Las primeras horas del camino fueron tan deprimentes como se pueden imaginar. Fue tanto que ahí mismo decidí que cuando repusiéramos el computador iba a cedérselo a Cami. Primero, para que ella se haga más parte de la travesía y de la planificación del día, ¡pero sobretodo para que yo aprenda a dejar de planificar un poco! Me gusta como siempre ando en función de que las cosas funcionen y que gracias a ello nunca hayamos tenido un problema, tipo perder un vuelo o quedarnos botados en el medio de la nada, pero me haría bien también ver más el paisaje y menos a qué velocidad vamos y en cuantas horas llegamos (¿A dónde?).

La primera buena noticia del día llegó cuando nos pudimos salir del camino principal lleno de camiones y los putos Lexus de los funcionarios públicos, y nos fuimos casi solos por un camino  plano, tan plano que llega a doler el culo, netamente agrícola y con casitas chicas llenas de niños Jelou. Cerca de las 1:30 PM hacía tanto calor que decidimos parar en un pueblo donde  salvo un mercado, sólo encontamos un puesto de comida en la entrada de una casa con una señora que vendía una sopa con fideos. Almorzamos eso y le pedimos a la señora si nos podíamos echar un rato a descansar. Al final terminamos sentados en unas camas reclinables en el living de su casa y nos pegamos una siesta de una hora mientras bajaba un poquito el sol. Esas son todas muestras de que la gente es lindísima, ¿En cuántos lugares te dejarían pasar, sudado y cubierto en tierra a sentarte al living de un desconocido? La respuesta es muchos, los países Musulmanes para comenzar, luego los tan pobres como Camboya y luego las probabilidades van disminuyendo mientras el desarrollo aumenta. Siendo justo, no sé que pasaría en Sudamérica si presentamos la misma situación a una familia pobre de pueblo chico y agrícola. Me lo dejo pendiente para la próxima vez que visite Chile.

En la tarde pasamos a un puesto de sandías y por un dólar nos sentamos a que una señora nos pelara y picara una sandía chiquitita y nos la morfamos mientras todavía hacía calor. El camino a Phnom Penh era de 160 kilómetros, con sólo unos pueblos de 4 calles entremedio. Habíamos apuntado a uno que estaba cerca de los 110 kilómetros de nuestro punto de partida, pero bastante antes encontramos un pequeño hotel y decidimos quedarnos. Había sido un día muy duro, en total unos…no sé cuantos kilómetros, ladrón hijo de puta.

Aparte del hotel con la habitación sucia hasta para nuestros estándares tuvimos un par de experiencias malas en esa aldeíta. A la Cami se le había soltado un fierro de la parrilla que sujeta la luz trasera. Como su luz robada no la necesitaba estaba todo bien, pero decidimos salir a ver si la podíamos arreglar para un eventual reemplazo. Encontramos unos tipos con herramientas para soldar y les pedimos ayuda. Mientras revisaban la bici nos invitaron a sentarnos y me ofrecieron algo de beber. Era un brebaje brutal a base de alcohol y bilis. ¡Estaban borrachos! Y nosotros ni lo notamos, quizás porque estaban las familias enteras con niños ni lo sospechamos. Cuento corto, hicieron mierda la parrilla quemándola sin poder arreglar el soporte y además rompieron un rayo de la rueda trasera de la Cami.

Luego, enojados, salimos a buscar algo de comer a uno de los dos puestos de comida de la aldea. No había nada vegetariano, pero en uno los tipos de al lado estaban comiendo un plato de fideos con pollo, pedimos el plato de los fideos. No, No nos podían servir los fideos sin pollo. Después de pelear harto rato y cansados les dijiemos que bueno, que trajeran el puto plato. Mientras esperábamos, ¡a la niñita al frente nuestro le traen un plato de fideos y vegetales! Partimos a pedirles que nos trajeran el mismo plato y nos dijeron que bueno. Cinco minutos después había un trutro entero de pollo en mi plato, ya no sabes a esa altura si reír o llorar…Terminamos de comer y sin despedirnos nos fuimos a encerrar al hotel y a pensar en el día siguiente, la entrada una ciudad capital en un país con flujo vehicular de mierda, bonito desafío.

La mañana siguiente se demoró exactamente 1 minuto desde que salimos del hotel a las 6 de la mañana en cagarnos la onda. Mientras esperaba a la Cami afuera tratando de sacarle una foto al sol rojizo del amanecer, cuando pasan por delante 3 camiones cargados hasta el tope, de mujeres.

Sí, mujeres.

Trabajadoras de fábricas, sobre todo textiles. Fábricas ubicadas afuera de las ciudades donde caen los turistas para esconder un poco esa realidad me imagino, la realidad en que está bien llevarse a las mujeres en la tolva de un camión para ahorrarse unos pesitos, y tenerlas allá desde las 6 de la mañana hasta quien sabe qué hora, por una cagada de plata supongo, para poder vender ropa o zapatos baratos. La verdad es que agradezco la experiencia que viví y lo que sentí al ver esos camiones, sé que en algo me cambió. Más adelante estuve forzado a comprarme una camiseta para taparme y entrar a un templo y el asco que sentí es algo que llevaré por siempre.

Si quieren informarse un poco más de este problema, o de donde viene su ropa , este reporte es un buen punto de partida,

La entrada a Phnom Penh es difícil.  Es la ciudad con el peor tráfico de las que habíamos conocido hasta ahí, y como en toda ciudad grande las afueras son propiedad de las industrias y sus camiones. Las bermas eran súper estrechas y nos teníamos que bajar a la tierra cada vez que pasaba un camión muy cerca. Una vez que nos pudimos salir de la carretera mejoró la cosa, pero luego tomamos una avenida de las importantes y nos llevamos una impresión fortísima. La  locura vial es 3 veces lo que es Bangkok. Andar en contra del tránsito es moda, nunca vimos un camión haciéndolo hasta estando ahí. Al principio nos asustamos pero luego te dejas llevar e imitas a las motos y sabes que vas a estar bien, es todo tan frenético que los conductores andan todos atentos. Muy raro sería que alguien no te viera, independiente de donde venga.

Llegamos a la hostal que  habíamos reservado después de comprarnos y comernos una piña sobre la marcha, sólo para descubrir con horror que la recepción era en el tercer piso. Nada peor que una escalera cuando las piernas ya no dan más. Ese mismo día salimos a pasear un poco por la orilla del río Mekong y luego nos dirigimos a la embajada de Vietnam. Sabíamos que la visa se demora  2 días, tiempo en el cual te retienen el pasaporte, por eso queríamos tratar de tenerlos de vuelta con nosotros antes de irnos a Siem Reap.

Para el almuerzo tuvimos una gratísima reunión. En mi colegio durante el último año tuvimos en el curso a Taeko, una compañera de intercambio de Oregon, USA.  Gracias a Instagram me enteré que también andaba viajando por la zona, y en dos ciudades previas no coincidimos por cuestión de horas. Ahora se dio al revés, tuvimos solo una hora y media para compartir porque ellos tomaban un avión. Pero aun así fue súper rico verlos, mal que mal es primera vez que nos topamos con algún conocido durante el viaje.

Encuentro con una vieja amiga. Encuentro con una vieja amiga.

En la hostal conocimos a un tipo muy simpático de Australia, su nombre es Scott y está trabajando como voluntario por su cuenta, ofreciendo tests de VIH gratuitos a la población Camboyana, que es el país fuera de Africa con mayor cantidad de infectados con el virus. Eso se explica casi en su totalidad por la completa inexistencia de educación sexual en el país, ¡La cantidad de anécdotas que contaba el pobre tipo! Era para pegarse un tiro, pero para que se hagan una idea, en general la gente no tiene noción de cuánto dura un embarazo siquiera. Por la noche salimos a comer con unas chicas españolas que conocimos en el hotel de Kampot a un restaurant vegano y luego volvimos al hotel destruidos por el cansancio.

Tal como era de suponerse, el robo más el borracho de la parrilla nos costaron un día entero. No tengo nada más que contarles de nuestro segundo día en Phnom Penh aparte de que fuimos a unas cuantas tiendas y talleres de bicicleta buscando repuestos, lo único que no encontramos fue un nuevo soporte para la cámara, lo cual que una lástima porque hubiese estado ideal llevarla al frente mientras pedaleábamos por Siem Reap pero bueno, no se puede tener todo en esta vida y nosotros tenemos mucho. Por la noche nos juntamos a comer con los australianos y quedamos de ir al día siguiente al museo del genocidio.

Si quieren visitar Camboya de verdad conviene googlear un poco antes, o verse un documental (Mi recomendación es "Year Zero", de la historia de Pol Pot y los años de su régimen Comunista. Este museo es un mazazo tan fuerte que Allister, el papá australiano, tuvo que quedarse afuera y perderse buena parte por no tener “la guata” para aguantarlo.

Siem Reap es la ciudad donde se encuentran los templos de Angkor Wat, uno de los más grandes complejos de templos del mundo y tiene todos esos títulos que da la Unesco, la ONU, la FIFA, etc. Al elegir llegar a Phnom Penh por la costa nos saltamos Siem Reap, que queda más hacia el interior. Eso considerando lo que nos dijeron muchos ciclistas en Bangkok, el viaje por el interior del oeste camboyano no tiene de verdad mucho atractivo. Decidimos tomar un bus que nos tomó como una tarde entera elegir, ya que las empresas no tienen claro cuando pueden llevar bicis o no. Hay horarios en que te vas en una minivan y otros en que vas en un bus grande y no saben hasta un poco antes cuál vehículo será el que cubre la ruta.
Llegamos finalmente a Siem Reap a eso de la medianoche directo a un hotel de esos de 7 dólares la noche en que el anfitrión duerme detrás del mesón de entrada.  En la mañana nos fuimos a desayunar y comprar las entradas al parque turístico de Angkor Wat (3 días, 62 USD). Estando en Australia nuestros amigos Ian y Heidi nos regalaron una guía para pedalear en Camboya, Vietnam y Laos y esta vez fue la única ocasión en que lo usamos. Gracias a una recomendación que ahí descubrimos nos saltamos la inicial tentación de ir al templo principal y pasando de largo nos fuimos al templo del Bayón, famoso por las caras en sus muros y el detalle de sus murales. e hicimos el loop que pasa por los templos menores y termina en el impresionante Ta Prohm, el templo que se comieron los árboles. En el Bayón sufrimos otro robo. Un mono de mierr… se robó la botella de agua con la que venía viajando desde el 2013, ojalá te intoxiques con el plástico que tuviste que partir para robarme el agua mono gordo.

Al día siguiente fuimos al amanecer a ver Angkor Wat al amanecer y mientras grababa un time lapse, Cami se entretenía viendo como los monos les robaban los desayunos a los turistas. El templo es realmente impresionante, y como no tenemos material capaz de competir con todo lo que hay en internet, los invito a ustedes a googlearlo a ver si terminan motivándose a ir. Luego nos dirigimos en las bicis por un camino de tierra a un lugar que para nuestra sorpresa estaba totalmente libre de turistas. Los Khmer que construyeron Angkor Wat lo primero que hicieron fue una represa gigante que les permitió la solvencia alimenticia para dedicarse a pegarle a esclavos para hacer edificios inútiles como cualquier templo religioso para que el alma de un megalómano pase al más ashá de forma digna. Nos sentamos en un chiringuito al estilo camboya de Camboya en las hamacas al borde del agua de la represa y mientras yo me bañaba la Cami conversaba con unos chicos de un grupo de estudio que algo de inglés balbuceaban. Yo lo primero que hice fue preguntarles la edad, porque la gente acá es media indescifrable en ese sentido. Por ejemplo a esos niños yo les estimé 21 y la Cami 22, tenían 29.

Nos pegamos una buena siesta y aunque no pudimos comer nada vegetariano por ahí partimos por la vuelta larga a la ciudad y vimos una pobreza brutal. En medio de eso, una mansión con la insignia del partido gobernante, el “Cambodian People´s party”. ¿Cómo es que en todo el mundo se siga votando a huevones con el mismo discurso que siempre resultan ser más burgueses que el más burgués de los del otro lado? Después de ver eso nos fuimos medio cabizbajos viendo a los niños Jelou que nos salían al camino llenos de tierra con más compasión y empatía que nunca.
Tras el día entero en la bici sin almuerzo llegamos a morfarnos todo en el restaurant “Happy herb Pizza” donde habíamos comido el día antes. Nos extrañaba un poco que todos en la cuadra se llamara el happy algo, el mozo nos preguntó si queríamos nuestra pizza Happy, así como con hierba, y en ese momento todo calzó pollo.

Nos fuimos recién cenados al hotel y en eso nos llama la familia australiana que acababa de llegar a la ciudad y quedamos de juntarnos a cenar. La comida en Camboya, en especial en las ciudades grandes, no es tan barata como en el resto del sudeste así que no caí en la tentación de la segunda cena y nos dedicamos a compartir con ese amor de familia y ayudarlos a hacer el trámite de la compra de los tickets y todo eso.

El día siguiente partió bastante lento, nos fuimos a desayunar y a escribir a un café y sólo por la tarde decidimos aprovechar nuestro tercer día de parque yendo a los templos de Roulos, que se ubican al este de Siem Reap. La verdad, si no eres arqueólogo dos días de templo son bastante, esa visita para nosotros fue un saludo a la bandera nomás. Por la noche salimos a comer a modo de despedida con los australianos, pues al día partíamos de vuelta a Phnom Penh. Esperamos sinceramente encontrarnos de nuevo en algún lugar cuando los niños estén más grandes y ver las diferencias que una formación como la que ellos están recibiendo influyen en la personalidad de los hombres que serán.

Tras el viaje de vuelta nos preparamos y salimos al día siguiente de Phnom Penh por un camino que se veía más pequeño para evitar el tráfico de las carreteras y resultó ser un error. Primero que todo el tráfico saliendo de la ciudad era igual o peor, y para complicarlo más de ahí en adelante estaba en reparaciones cada dos kilómetros así que nos fuimos tragando tierra como bebés. Cuando llegamos a un hotel para pasar la noche ya era de noche y estábamos totalmente cafés. En esos pueblos pequeños en el medio de la nada nos miraban como si fuéramos Mick Jagger por la calle. Entramos a un restaurant y hasta los ratones se dieron vuelta a mirarnos. Lo único “bueno” de esa parada es que estaba ahí comiendo el profesor de inglés del pueblo y nos dijo que el cruce fronterizo que queríamos tomar al día siguiente hacia Vietnam no permitía el paso de extranjeros, así que tuvimos que enmendar el curso e ir a la ciudad de Takeo, desandando unos diez kilómetros del camino de tierra.

Es divertido como se dan las cosas en los países que parecen no tener mucha lógica. El caminito que unía las dos carreteras estaba de lujo, pavimento nuevo y todo, y además el camino era hermoso. El por qué no le meten la plata al camino de alto tráfico es algo que jamás entenderé, lo que sé es que a esa altura ya la tentación de dejar Camboya me estaba moviendo las piernas.

Pasamos por la ciudad de Takeo a eso de las 1 PM sin la certeza de si tirarnos a dejar Camboya y cruzar a Vietnam ese día, lo que implicaba unos 50 kilómetros bajo el sol que nos estaba acurrucando con su voz de fuego. Buscamos en booking si había algo barato para quedarse, pero aun así la ciudad se veía tan fea que no me daban ganas de pasar la tarde ahí. Eso hasta que nos cruzamos con el grandioso hotel 7-days Inn, recién inaugurado de ultra lujo y …

(wait for it)

… ¡¡¡con sauna y piscina incluído!!!!!

Pagar los 15 dólares por quedarnos lo considero incluso una inversión en sanidad mental e higiene. Menuda coincidencia que nos hayamos quedado ahí porque mientras tomábamos té en las piscinas techadas se largó una lluvia de esas que inundan todo en cosa de minutos, con truenos, rayos y todo el escándalo. Haber estado a esa hora pedaleando hubiese sido glorioso, como glorioso es ver a esos atletas terminando una carrera de ultra resistencia con la lengua afuera, los ojos desorbitados y hablando pura mierda.

Lo único que nos hizo dejar el hotel fue el hambre. En el medio del pueblo se celebraba una boda de esas que duran todo el día. Como es una celebración budista los monjes tienen derecho a plantar unos parlantes gigantes y ponerse a hacer sus cánticos a todo volumen en el medio de la ciudad. En el campo lo habíamos visto mucho, pero esto era el colmo. Cuando salimos a comer a eso de las 10 de la noche seguían cantando. Ojalá hayan invitado a todo el pueblo a la boda, sino no se justifica tal tortura.

El 22 de marzo a las 12 del día aproximadamente alcanzamos la frontera con Vietnam, cerrando nuestros 15 días en Camboya. Una experiencia tan distinta a Tailandia que no se pueden ni poner en una escala. Una experiencia fuerte, abridora de ojos a lo mal que la puede pasar una sociedad. Una experiencia que agradecemos echar a nuestros corazones y llevarla para donde nos toque ir.

 

Revisa el resto de las fotos de nuestro viaje por Camboya aquí.

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