Habíamos hecho más de 5 horas de ciclismo bajo la intermitente lluvia, sin embargo en ese momento llovía fuerte y continuo. Se acercaba la noche y la ciudad de Taitung, al este de Taiwan, donde pasaríamos la noche al fin se materializaba, varios kilómetros después que desde donde los carteles la señalaban. A pesar de la lluvia no sentí nunca un poco de frío, es como si todo el frío se hubiera estado guardando para ese momento. Ese frío agudo, mezcla de miedo y adrenalina que te para los pelos y te hace temblar.
Miré para atrás y vi una moto en el medio de la carretera, un tipo en el suelo, la Cami también.
La chocaron y se cayó.
Me di media vuelta y recorrí los 30 metros que le llevaba de ventaja por el medio de la carretera en contra del tránsito para llegar hasta donde estaba ella. Mientras volvía ella se puso de pie y me volvió el alma al cuerpo. ¡El tipo que la chocó era sólo un niño! Ellos trataban de hablar mientras yo miraba fuera de mí a la Cami sin saber bien que hacer. Dejé mi bici a un lado y la toco y ella me confirma que está bien. Sacamos su bici del medio de la salida de la autopista donde estaba y le grito al niño “¿¡Qué hiciste conchadetumadre!?” como si tuviese alguna opción de entenderme. Con todo lo asustado que estaba él, se pone a llamar por teléfono a la policía.
Bajo la lluvia, esperamos tan sólo unos dos minutos hasta que llega una ambulancia. A Cami le revisan el cuello, la espalda, que pueda mover todo, donde le duele, etc…
En eso para un auto con unos chicos Taiwaneses a ofrecer ayuda en inglés. Nos ayudan traduciendo un rato y se van. Momentos más tarde aparecen de vuelta con unas capas para el agua y unos cafés para nosotros. Ya con un poco más de calma empiezo a racionalizar y a agradecer que esto no haya sido más grave, y que nos haya pasado aquí en Taiwán y no en los países donde anduvimos los últimos tres meses, donde casi con certeza hubiésemos quedado por nuestra cuenta y ni la policía hubiese aparecido.
Hablando de la policía, el oficial que se puso a cargo de la situación discutía con el niño y su papá y tío, que habían llegado un poco después, mientras nosotros revisábamos la bici y la alforja que del impacto había salido disparada. Al final eso fue lo que pasó, el pendejo trató de adelantar a Cami muy pegado a ella y le tocó la alforja, que se soltó de la parrilla desestabilizando a ambos. A la hora que le pegaba derecho a la bici quizás no la estaríamos contando.
Los chicos que nos ayudaron con el café y la traducción nos dicen que tenemos que ir a la estación de policía, unos 5 kilómetros devolviéndonos por el camino que traíamos. Nos miramos y nos adivinamos el pensamiento. Queda una hora de luz, estamos empapados y tenemos todavía que encontrar un lugar donde acampar cerca de la ciudad, más vale que esto sea rápido.
Como no pudimos subir las bicis a la patrulla, nos vamos pedaleando siguiéndola, ahora contra el viento que nos trajo hasta ahí y con la lluvia en la cara. Se hace insoportable. Al poco andar el policía para y le pide al dueño de un local si podíamos dejar ahí las bicis y subirnos a la patrulla, nos hace señas de que adelante se viene una subida y que sería muy lento esperarnos. Yo guardaba la esperanza de poder pasar la noche en la policía, y esto lo hacía imposible. El policía no entiende mucho mi reacción de enojo, debe pensar que venía gozando pedalear en esas condiciones de mierda.
Al llegar a la estación nos sientan en un sillón donde por fin nos podemos tomar los cafés. El tío del niño habla directamente con el oficial y yo me pregunto si estarán cocinando algún arreglo o algo para cagarnos. Nos dan a entender que viene “alguien” y por ende tenemos que esperar. No nos dicen quién. Nosotros por nuestra cuenta damos a entender que no tenemos donde pasar la noche y que estamos mojados hasta los calzoncillos, y finalmente parecen empatizar un poco más con nosotros. Salen las típicas preguntas con señas y salpicadas con un poco de inglés. De donde somos. Si es primera vez en Taiwán. Si vienen de Taipei ….
Finalmente llega la persona. Es una chica bien bonita de unos 20 años que nos saluda en inglés. Era simplemente una traductora. Le cuentan lo sucedido y nos explica por fin lo que está pasando. Nos dice que en Taiwán estas situaciones cuando no hay heridos graves se pueden arreglar de dos maneras. La primera es iniciar un proceso policial y remitir el caso a un juzgado, previa toma de exámenes de alcoholemia y harta burocracia y con la casi certeza de que el responsable va a terminar con alguna sanción o al menos mancha en su expediente.
La otra es llegar a “un acuerdo entre las partes” sin necesidad de abrir el caso. Por supuesto que eso es lo que el tío, a través de la chica, nos está ofreciendo.
A nosotros la verdad que al pendejo lo citen a declarar y que quizás a nosotros también, o que se nos haga más difícil la salida del país, no nos interesa para nada. Por otro lado, si la Cami o la bici tienen que ir al doctor por algo que descubrimos más tarde nos puede costar una plata que no tenemos. Al final decidimos decirles que como no tenemos donde llegar, si nos pueden ofrecer un lugar donde pasar la noche, y que se hagan responsables de cualquier daño que tenga la bici, nosotros no tenemos ningún problema en no iniciar el papeleo.
Se miran entre ellos y respiran aliviados.
¿La habremos cagado? Debiésemos haber pedido dos noches….
De inmediato nos despedimos del policía y nos subimos al auto del tío. Vamos en busca de nuestras bicis, las subimos al auto del papá del niño y finalmente entramos a la ciudad. A Cami se le está pasando el efecto de la adrenalina y le duelen los codos y una cadera, más el cuello.
Llegamos a un hotel y la pareja dueña nos está esperando en la calle. Saludan al tío como si fueran amigos y nos ayudan a bajar los bolsos y las bicis. Papá, hijo y tío se comienzan a despedir, yo sólo trato de dejar en claro que ellos van a pagar y la dueña salta haciendo señas de que está todo ok. Subimos las cosas a nuestra pieza. Una suite con un sofá, tele y aire acondicionado. ¿Hace cuánto que no dormimos en un lugar así?
Pasamos una media hora bajo la ducha hasta que siento alguien golpeando la puerta. Salgo en toalla y veo a la dueña pasándome un teléfono. Era su amigo que habla inglés. Me pregunta que nos gusta de desayuno, si queremos lavar ropa, si necesitamos algo más. Le explico al amigo que somos vegetarianos y que sí, necesitamos lavar y sobre todo secar ropa. La señora le pide al amigo que nos diga que ella nos va a cuidar, y que cualquier cosa que necesitemos nos diga nomás.
Salimos de la ducha, nos vestimos y empezamos a ordenarnos. La carpa y la colchoneta se mojaron con tanta lluvia incluso adentro de la alforja, hay que apretarle los tornillos, por ahora las colgamos a secar. Le pasamos a la señora una bolsa con toda nuestra ropa sucia de los últimos días y ella ofrece a su marido para llevarme a comprar comida a un restaurant vegetariano en la moto. Antes de eso revisamos la alforja que voló y vemos que la cajita del botiquín está hecha mierda y hay parches mojados deshaciéndose por todos lados. Abrimos nuestro juego de ollas aguantando la respiración esperando que esté bien. La olla grande está abollada y la tapa igual, esperamos que no sea anda que un martilleo no pueda arreglar.
Unas cuatro horas después del accidente, a Cami le baja el moretón en la cadera. Está bien feo, pero se nota que no es nada más que el golpe. A pesar de los dolores pasa, y pasamos, la mejor noche en un buen tiempo. Es mejor mirar la lluvia por la ventana que dormir revisando que no se nos esté mojando la carpa.
Al día siguiente nos despierta la señora con nuestro desayuno, y a pesar de que tenemos que ordenar nos quedamos en cama por casi dos horas más. A veces todo lo que necesitas es un lugar donde nadie te moleste, para yacer muerto por un rato.
Cuando ya teníamos la ropa de vuelta y estamos preparando las cosas para partir, caigo en cuenta de un detalle. No hemos revisado la bici. Bajo las escaleras ahora sí suplicado que esté todo bien. No abrigo ninguna esperanza de que ahora que ya nos despedimos de la familia y la policía haya presenciado nuestro arreglo, ellos fueran a responder por algún daño.
No está todo bien, por supuesto.
El freno delantero de la Cami está torcido. No se apoyó en la rueda de milagro, lo que nos hubiera hecho darnos cuenta de inmediato del problema, y lo podríamos haber hecho parte del arreglo. NO, este maricón decidió quedarse en su lugar, pero simplemente al soltarlo un poco para ver si lo puedo arreglar, se cae entero. El problema no es el freno, sino la pieza de la horquilla a la cual se le atornilla el freno. Está rota. Partida en dos. Le decimos a la señora, que nos mira las caras de ocho metros si nos puede contactar a los tipos. Más por joder que nada.
A los tres minutos aparece el papá. A los 10 minutos aparece el tío.
Les muestro que pasa y me dicen que los siga a la tienda de bicis. Vamos primero a la típica tienda del barrio y el viejo se declara incompetente. Vamos luego a la tienda Giant, de las cuales hay una en cada pueblo, y el mecánico nos hace pasar la bici.
Yo todavía albergaba la esperanza de que fuese sólo la pieza y se pudiese cambiar, pero él me hace ver que está soldada. Necesitamos una horquilla nueva. Me tapo la cara y empiezo a pensar que mierda hacer y en eso el tío ya está con una horquilla Giant nueva en la mano mirándome y preguntando “¿Ok?”. Es una horquilla más grande y pesada, pero es una horquilla. Le digo que sí y en unos quince minutos la bici está lista para volver a andar.
El mecánico me extiende la boleta y el tío se la arrebata de la mano y nuevamente me dice “ok”.
Llego de vuelta al hotel y me embarga la emoción. Este par de Taiwaneses, pinta de mala leche, con los dientes morados de tanto comer Betel nuts, resultaron tener un código moral intachable. A través de Google translator les doy las gracias por su honorable comportamiento. El tío me sonríe y me dice nuevamente:
“Welcome to Taiwan”.
Han pasado ya casi cuatro días desde aquel encuentro. Esa noche la pasamos durmiendo en una pérgola en un parque que cerraba a las 7 pm, así un poquitito ilegal. Luego pedaleamos hasta un pueblo donde íbamos a tomar un tren a la ciudad grande más cercana para que la Cami descansase y se recuperase bien. En la estación no nos dejaron subir las bicis al tren así que teníamos que volvernos 20 kilómetros a una estación que ya habíamos pasado. Se nos ocurrió hacer dedo y el cuarto auto paró y nos llevó.
Toda esta experiencia me ha servido para tomar varias definiciones que pueden afectar nuestro futuro. Llegando a Taiwán sin saber mucho del lugar, me imaginaba quizás un poco más de Sudeste, de fábricas con trabajadores abusados y algo quizás un poco más tercermundista. En cambio, me encuentro con ciudades e infraestructura vial que nada tienen que envidiarle a Europa o Estados Unidos. Con un país pintado de colores, arreglado para verse lindo, y a la vez alegre. Y me encuentro con una sociedad amable al nivel de Nueva Zelanda, nuestra referencia de amabilidad mundial hasta ahora, pero además que se comporta con el nivel moral que mostraron ese par de viejos y me pregunto cómo demonios es que se logra eso.
El volver a confiar en la gente. En abrir tu puerta a tu vecino, o algún desconocido que viene hablando otro idioma y además mojado de pies a cabeza. Mi tentación es a pensar que Taiwán es ingenuo. Que ha sido menospreciado y olvidado a tal punto que su aislamiento en todo menos en lo económico les permitió crecer sin grandes apuros y en condiciones que invitan a la buena convivencia. Quizás no conocen al mochilero que anda pidiendo monedas. No han tenido que levantar sus defensas para que no les roben sus cosas quienes sólo pasan por ahí, porque nadie de verdad sólo pasa por aquí, el turismo está en pañales. Sea como sea que se gestó este lugar, es una maravilla y si se me abriera una oportunidad para venirme, la tomaría (tranquilo De la fuente). Incluso si eso implica tener que aprender chino mandarín y no poder comunicarme bien hasta entonces.
Mucho tiempo pasamos pensando que la vara moral de la que hablo es un parámetro, un valor fijo dado por el lugar donde nos tocó estar. Algo a lo que te acostumbras o te resignas, pero también algo contra lo cual te preparas. Nuestro viaje nos trajo hasta este punto, donde aprendí que por sobre la belleza física o la economía de un lugar, la estatura moral es la VARIABLE que más me importa a la hora de elegir un lugar donde vivir, una sociedad a la cual integrarnos. El alzar esa vara es lo que hace un país grande, no quiero decir desarrollado, aunque la correlación sea alta.
Es una lástima que esto sea tan difícil de ver y muchos nos paseemos por la vida pensando que somos un aporte a nuestra comunidad, cuando todas nuestras acciones de verdad erosionan nuestra estatura moral.
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